Era una mañana como cualquier otra para los cuatro uruguayos a bordo del Dany F II, un barco de carga de bandera panameña que transportaba 20,000 cabezas de ganado desde Uruguay hacia Siria y Líbano. Juan Pablo Acosta, Nicolás Achard, Ruben Darío Perdomo, y Guillermo Ríos, todos profesionales del cuidado de animales, habían zarpado el 28 de noviembre y ya llevaban 19 días en alta mar.
La noche anterior, mientras el barco estaba anclado frente al puerto de Tartous en Siria, los uruguayos habían visto la película «Titanic», y las historias de amor y tragedia los habían mantenido abstraídos por tres horas. Pero aquella tranquilidad cinematográfica estaba a punto de desvanecerse.
El 17 de diciembre de 2009 amaneció con una tormenta implacable. El Dany F II, que transportaba a 83 tripulantes, había sido obligado a alejarse de la costa debido al mal tiempo. A pesar de la tormenta, la orden de ese día era lavar el barco, un trabajo que no les era ajeno a los uruguayos.
Se vistieron con sus mamelucos de trabajo, calzaron sus botas de goma y se adentraron en los pisos del barco donde estaban los corrales de ganado. Sin embargo, mientras llevaban a cabo su tarea, notaron que algo no estaba bien. Los animales empezaron a resbalarse y caerse, aplastándose unos a otros y empujando a los hombres contra las paredes del barco.
El caos se desató cuando el barco comenzó a escorarse peligrosamente. Los uruguayos, movidos por el instinto, decidieron abandonar su trabajo y correr hacia los pisos superiores. Mientras subían, el agua comenzó a entrar por las puertas y corredores, inundando rápidamente las zonas inferiores del barco.
El miedo se apoderó de todos cuando vieron que la tripulación, compuesta mayormente por paquistaníes y filipinos, también estaba desorientada y en pánico. Incluso su jefe, un australiano, no supo darles una respuesta. No hubo sirenas, alarmas o instrucciones; solo el instinto de supervivencia los empujó a moverse hacia la cubierta.
Al llegar a la cubierta, la situación era aún más desesperada. Muchos de los botes salvavidas se habían soltado debido a la inclinación del barco y se habían perdido en el mar agitado. La tormenta y la carga de animales vivos complicaban aún más la situación.
Ruben, Nicolás, Guillermo, y Juan Pablo sabían que tenían que actuar rápido. Ruben, al ver una balsa a la deriva, fue el primero en saltar al agua, seguido por otros tripulantes. Nicolás y Guillermo, también viendo una balsa, se prepararon para saltar. Antes de hacerlo, Nicolás le dijo a Guillermo, quien no sabía nadar, que se asegurara de ponerse bien el chaleco salvavidas y de quitarse las botas.
Juan Pablo fue uno de los últimos en saltar. Estaba convencido de que el barco no se hundiría completamente y esperaba encontrar algún objeto flotante que le permitiera sobrevivir. Pero el barco siguió inclinándose y finalmente comenzó a hundirse.
Media hora después de que los uruguayos llegaron a la cubierta, el Dany F II desapareció bajo el agua, llevándose consigo a muchos de los tripulantes que no lograron escapar.
La escena en el agua era aterradora. Las olas de tres y cuatro metros, el ganado flotando y los gritos de desesperación de los sobrevivientes llenaban el aire. Ruben, quien había saltado primero, se encontró en una balsa que pronto se llenó de personas desesperadas, tantos que la balsa comenzó a hundirse.
Durante casi dos horas, Ruben se mantuvo a flote junto con otros sobrevivientes, hasta que decidió nadar hacia otra balsa que vio a lo lejos. Nicolás, que había tragado fuel oil mientras nadaba, logró llegar a otra balsa y vomitó el combustible antes de desmayarse temporalmente.
Guillermo, a pesar de su falta de experiencia en el mar, se aferró a una tabla engrasada que encontró flotando. Con mucho esfuerzo, llegó a una balsa y se subió. Juan Pablo, quien había sido revolcado por el agua y casi atrapado por la succión del barco hundiéndose, utilizó dos remos que encontró para mantenerse a flote durante horas, soportando el frío y la lluvia que no cesaban.
La noche llegó y con ella la temperatura cayó aún más. La lluvia y el granizo hicieron que la situación fuera aún más desesperada. Ruben, a la deriva en su segunda balsa, se aferró a un ruso que había logrado subirse con él. Nicolás, ahora en una pequeña balsa con dos filipinos que había rescatado, utilizó las bengalas que encontró en una bolsa plástica para intentar señalar a los barcos cercanos. Las horas pasaban y la esperanza de ser rescatados se desvanecía lentamente.
Finalmente, un barco de la ONU que patrullaba la zona logró avistar a Nicolás y a Ruben, rescatándolos y llevándolos a un lugar seguro. Guillermo fue encontrado poco después por otro barco y llevado al puerto de Trípoli, en Líbano. Juan Pablo, aferrado a sus remos y a su voluntad de sobrevivir, fue el último en ser rescatado.
De los 83 tripulantes del Dany F II, 40 sobrevivieron, entre ellos los cuatro uruguayos. Las horas que pasaron en el mar fueron eternas, pero finalmente fueron llevados a tierra firme. Se reunieron en un hotel destinado a los sobrevivientes, donde el alivio de estar vivos se mezcló con la tristeza por los compañeros perdidos.
La empresa propietaria del barco nunca se comunicó con ellos para saber cómo estaban o si necesitaban algo, lo que dejó a los sobrevivientes indignados y sintiéndose abandonados.
Para los cuatro uruguayos, la experiencia marcó un antes y un después en sus vidas. Lo que comenzó como una rutina de trabajo se convirtió en una lucha desesperada por la supervivencia en uno de los ambientes más hostiles del planeta. La tragedia del Dany F II es un recordatorio de los riesgos que enfrentan aquellos que trabajan en el mar y de la fragilidad de la vida cuando la naturaleza desata toda su furia.